La primera regla de inversión es “diversificación”. O dicho mejor, ”no poner todos los huevos en una sola canasta”. De lo que poco se habla o explica es “cuántos huevos en una canasta”. Así, tan importante como el “qué poner” es el “cuánto poner”.
Existe harta evidencia e historias del mercado, que atribuyen al fracaso o al poco éxito de muchas carteras de inversión al balance incorrecto de activos, de más o menos riesgo. Sin mucho esfuerzo nos topamos con tristes historias de fortunas perdidas. Y no porque los dueños gastaran excesivamente. Tampoco porque invertían en malos activos. Pero fundamentalmente, porque ponían mucho en activos de riesgo, y poco o nada en activos conservadores. Alrededor de esta disyuntiva hay un cúmulo de ciencia y disciplina de inversión. Trataré, en términos simples, de dar luces sobre estos principios.
En la edición de septiembre 23 de este año, The Economist reseña un reciente libro sobre el tema: “The Missing Billionares”. El libro parte con anécdotas sobre fortunas que parecían eternas y en pocos años se volvieron polvo, precisamente por no balancear los montos, al riesgo-retorno de tales inversiones.
El libro empieza por describir los resultados de un experimento en que a un grupo de estudiantes se les dio una cantidad de dinero para apostar al lance sucesivo de una moneda alterada, donde el resultado no era 50/50 sino 60/40 a favor de un lado. Los estudiantes podían invertir el monto que quisieran en cada lance y las reglas ponían un tope máximo a lo que podrían ganar. Todo mundo hubiera esperado que con una ventaja así, sabiendo qué lado saldría más que el otro, todos hubieran salido ganando algo, pero no.
En realidad, la mayoría perdió todo y solo unos pocos lograron el máximo. ¿Por qué, si todos tenían la misma ventaja? Porque lo que realmente determinaba el resultado era, qué monto invertías o que estrategia de invertir tenías a lo largo del juego. Si eras muy agresivo en el monto apostado, podías ganar más. Pero si perdías, tenías menos recursos para seguir apostando y probablemente no te repondrías. Si, por el contrario, apostabas muy poco, podrías perder poco, pero tu capacidad de crecer mucho también estaba limitada.
Los ganadores del juego fueron aquellos que tuvieron una estrategia consistente, apostando una proporción que lo que tenían, ya fuera más o menos. Y algunos, ya habiendo ganado bastante, apostaban un poco más para ver si lograban llegar al máximo, pero sin arriesgar mucho, lo ya ganado. Este juego describe la importancia de las proporciones secuenciales, en una estrategia de inversión.
Un ahorrista que solo pone su dinero en depósitos bancarios, conservadores y seguros. Lo más seguro es que tendrá un rendimiento predecible y al final de su vida productiva, descontada la inflación, tendrá una acumulación de capital modesta.
En el extremo opuesto, otro inversionista, con el mismo monto de dinero inicial, invierte en un solo activo que promete altos rendimientos, pero obviamente, con un gran riesgo de perder todo o parte de lo invertido. Al final de su vida productiva, este inversionista puede terminar sin nada, solo con parte de lo invertido o con mucho más acumulado que el ahorrista.
Ahora bien, el que combina activos de diversos riesgos, debería disfrutar lo mejor de los dos mundos. Pero aquí también hay perdedores y ganadores. Buena parte de la causa es por la composición de los activos.
Tocando aspectos más técnicos, el libro ofrece algunas fórmulas para determinar la proporción racional de inversión al riesgo de la misma, Y esas fórmulas la amarra a tres premisas importantes. Primero, que, a ese activo, de resultado incierto, se pueda medir su riesgo. Que el inversionista reconozca el valor subjetivo o lo que los economistas llaman la utilidad (Utility) en cada inversión y lo que se deduce de allí, que no es lo mismo tu ganancia o pérdida en dinero que el cambio positivo o negativo de tu bienestar,
El libro explora varias maneras de determinar esa proporción y la más simple es la que se conoce como la “Porción de Merton” (The Merton Share) desarrollada por el economista financiero y premio Nobel Robert Merton. La fórmula simplificada para esa proporción sería el retorno esperado dividido por la desviación estándar de ese retorno, pero multiplicado por grado de aversión al riesgo del inversionista. La fórmula recoge las premisas planteadas arriba.
Hay otras fórmulas para establecer esa proporción, algunas más complicadas, que van tomando en cuenta el aumento o disminución del valor del activo a lo largo del tiempo y así ajustar las proporciones.
Me gustaría concluir diciendo a los clientes e inversionistas que, primero, cuantos huevos van en cada canasta es importante. Segundo, que para determinar estas proporciones, cuya explicación requiere conocimiento técnico y estadístico, debe ayudarse con su asesor financiero o su corredor. Por último y más importante, saber con qué riesgo y que paz de patrimonio quieres tener al emprender este proceso.
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